jueves, 10 de mayo de 2007

Las veces que haga falta


Día tras día se levanta descalza, se restriega los ojos con los puños cerrados a la vez que separa los dedos de los pies desde un lado de la cama. ¡Qué agradable sensación! Como aquella vez, sentirse viva, justo antes del último suspiro, segregando todavía el jugo transparente desde la entrepierna y deslizándose hasta los tobillos para terminar en el empeine de los pies desnudos. Dulzura, ribeteada de encanto en la comisura de los labios carmesí, siempre de los labios carmesí, aunando pletórico el beso ensordecedor caliente aún, protegiendo la boca de otras bocas que quisieron besar sin amor.

Yo quiero regarte todos los días para que el agua transparente barnice la piel morena. Otra vez junto al sol estampado entre luces y sombras jugueteando alrededor de tus mejillas coloradas, siseando desde el cuello hasta el vértice de tu sexo turbador. Como gozar del retiro de las horas entristecidas, alejadas ya del haber mediocre de aquellos seres entristecidos que revientan en mil pedazos el deseo de elevarse sobre las nubes. Salgo, enredada, de los hilos de seda de tus cabellos humedecidos para evidenciar el frío de afuera que golpea violento rompiendo los cristales de los corazones frágiles.

La historia de ella, que se levanta para caminar descalza, se ha perdido entre divagaciones ajenas. Flotando sobre el agua que utilizaba para regar todos los días. Alejada de insomnios arrasadores, camino del mundo fuera del mundo.

viernes, 4 de mayo de 2007

¡Muérdeme!


Esperar, con los dedos estrangulados en un intento por alcanzar de la inmensidad el todo que convierta este otro todo en deleite. Deleite, inusitado, revienta desmembrando la espina dorsal. No hay más que no sea este cuerpo agasajado, umbral entre el ser y el no ser, tal vez sin pensar, pero sentido abrumador reverbera la excitación de un momento solo, encadenado a otros tantos habidos durante el día, que tras otro reinventa el haber anónimo. Los pasos regresan, idolatrados por toda esa parafernalia de acero y raíles longitudinales, parece no vayan a terminar nunca, debe ser porque todavía no he llegado a mi destino. Destino inverosímil, ya no te creo, de hecho, nunca te he creído, ególatra indiscriminado. Ahora la música es la única reverberación altisonante capaz de contagiarme, esta música inherente.

Ha vencido el tiempo de la espera y ya no place. Así que no me queda más remedio que morderlo todo. Morder, morder, morder… masticar la carne, las vísceras calientes y los corazones hallados en los rincones escondidos. La historia no tiene pies ni cabeza, ahora sé que nunca la tuvo, que crecer no implica una nueva dimensión con el panorama solucionado, más bien es un camino pedregoso, obviamente escabroso, donde las lecciones se tornan prácticas, ya no teóricas. Sin más remedio que caminar testarudamente. Tengo los pies llenos de llagas rojas y sangrantes. Tengo los dientes listos y afilados. Los labios separados, humedecidos por la saliva que genera el ansia desproporcionada.

Como dice mi amiga y compañera y venerada LauraKing, no hay nada como hacerse el disimulado para que alguien entre inesperadamente en tu boca. Es entonces cuando lo mantienes, saboreando lo que masticarás en breves instantes, dándole la esperanza de que de allí, tan calentito, podrá salir cuando se le antoje para volver a entrar del mismo modo, sin pena ni gloria, arrullado por la transparente saliva y el aliento seductor de nuestras papilas gustativas. Sin embargo, de aquello que no se ha percatado es de que la saliva no es tan transparente y de que el aliento, además de seductor es penetrante y venenoso, de manera que se inyecta en sus músculos inmovilizándolo por completo, pero qué bienestar de pronto, sugerido en esos ojos entrecerrados, como ausente sonríe y cuando cree estar a punto de llegar al orgasmo mismo revienta contra tus muelas, los incisivos le atraviesan el estómago y los caninos entran por las cuencas de sus ojos para terminar saliendo por detrás del cerebro. Así, sin más, experimenta el placer más intenso de su existencia monócroma y tristemente apática.

Luego, tragamos, abrimos la boca, y volvemos a empezar…